Quién se enfrenta al ciudadano global

La globalización ha impulsado nuevas identidades en las que el multiculturalismo es un valor fundamental. Sin embargo, tradicionalmente las identidades han necesitado de enemigos, a veces imaginarios, para reafirmarse y subsistir. La paradoja está servida. ¿A quién excluye la lucha por la inclusión?


El partido que enfrentó al Paris Saint-Germain y al Istanbul Basaksehir el pasado mes de diciembre, un encuentro poco trascendente en lo deportivo, será recordado por muchos debido a una imagen verdaderamente insólita. Y es que en esta ocasión fueron los propios jugadores quienes decidieron expulsar del terreno de juego a uno de los árbitros, y no al revés. El pecado de este colegiado, el rumano Sebastian Coltescu, fue al parecer referirse indirectamente a Pierre Webó, asistente técnico del Istanbul, como “negro” (“negru” en rumano, idioma en el que transcurrió la conversación).

Según publicaron posteriormente los medios, el camerunés Webó había sido apercibido momentos antes debido a su mal comportamiento. Al reincidir en el mismo, Coltescu, que actuaba de cuarto árbitro, avisó de lo ocurrido al árbitro principal mediante el pinganillo. Este, al desconocer quién había cometido la infracción, preguntó a su compañero. Y fue entonces cuando Coltescu pronunció la frase que pondría fin al partido: “Ha sido el negro, ve y mira quién es. No es posible actuar de esta manera”.

A partir de ese momento, la situación se desmadró con un Webó que se encaraba con el colegiado exigiendo explicaciones una y otra vez: Why do you say negro? Why do you say negro? (¿Por qué dices negro?). Los jugadores y miembros de los cuerpos técnicos de ambos equipos se acercaron para tratar de entender lo que pasaba justo antes de posicionarse, mayoritariamente, a favor del camerunés. Toca aclarar aquí que el término “negro” (así, en castellano) tiene efectivamente connotaciones negativas para el público anglosajón. Sobre ello escribe el catedrático de filología inglesa Félix Rodríguez González lo siguiente:

“…En inglés, la voz negro tiene un matiz más despectivo que en español desde su mismo nacimiento. Su aparición en la lengua se remonta al siglo XVI, y su origen español y portugués apunta claramente a unas referencias históricas y culturales que muchos tratan de olvidar. Es la historia de la esclavitud negra con largas jornadas de trabajo, trabajos forzados, latigazos y otras vejaciones a manos del todopoderoso amo blanco. Con estos antecedentes se comprende que en el siglo XIX, coincidiendo con unos aires más democráticos y liberadores, se propiciara el uso y posterior difusión de black, que es el término usual para referirse a negro de un modo general, pero que hasta entonces no se había aplicado en el sentido de raza. Con el tiempo esta voz serviría para arrinconar y teñir de una fuerte carga negativa a negro, así como a nigger, creado sobre un modelo inglés pero mucho más peyorativo.”

Ante esta situación, de poco sirvió que el rumano se defendiera: “En Rumanía, negro hace referencia al color de la piel, jugador negro, y entre nosotros hablamos en rumano”. Tampoco sirvió que tanto Webó como Neymar, uno de los que lideró el desplante, hayan vivido 12 y 4 años respectivamente en países de habla hispana, suficientes para aprender los nombres de los colores. En cualquier caso, los futbolistas parecían decididos a no retroceder un palmo: “¿Cuando te refieres a un blanco, te refieres a él como el hombre blanco?”, espetó el jugador Demba Ba, quien días más tarde declaró que había habido un malentendido y que no cree que Coltescu sea racista.

Neymar Jr.
Poco después de los hechos, Neymar subió a su perfil de Instagram esta foto con el lema “Black Lives Matter” que, con permiso del futbolista, significa “Las vidas negras importan”.

Por su parte, la UEFA decidió aplazar el partido al día siguiente, que se reanudó con un cuarteto arbitral diferente tras una exhibición de antirracismo, rodilla en el suelo y puño en alto, de ambos equipos. Dos pancartas gigantes en la grada mostraban el mensaje “No to racism”. Asimismo el organismo europeo decidió que Coltescu no arbitrará más en competiciones internacionales, decisión tomada incluso antes de concluir la investigación que anunció para esclarecer los hechos.

Escándalo e identidad: para volar hay que tener resistencia

Sebastian Coltescu no ha sido, en ningún caso, la primera persona que ve perjudicada su carrera profesional debido a una acusación en la que las evidencias (o la falta de ellas) son deliberadamente ignoradas. De hecho, hace décadas que el escándalo se utiliza de manera regular en la vida pública como instrumento para desprestigiar al rival. Y como explicaba el semiólogo Umberto Eco, “para deslegitimar a alguien no es necesario sugerir que ha asesinado a su abuela. Es suficiente decir que ha hecho algo normalísimo, pues el simple hecho de decirlo crea una sombra de sospecha”.

Sin embargo, hay una clara diferencia entre las guerras de desprestigio que se dan en los parlamentos o en las portadas de los diarios y lo ocurrido el pasado diciembre en el estadio Parque de los Príncipes. Y es que en las primeras siempre hay un objetivo evidente, como ganar unas elecciones o eliminar a un adversario político; mientras en la segunda, asumiendo que no había pruebas para acusar públicamente a Coltescu de racismo, cabe preguntarse dónde está el sentido de tal boicot.

Responder a esta cuestión me parece imposible sin adentrarse en un terreno aparentemente lejano como es el de las identidades, así como en el peso que éstas tienen en la actualidad en prácticamente todo tipo de reivindicación social. Ese afán por reafirmar la propia identidad (sea racial, religiosa, sexual o del tipo que sea) no como paso previo a otras luchas comunes sino como fin en sí mismo es algo característico de la época en que vivimos y ha dado lugar a las denominadas identity politics; la política pasa a disputarse en ese acotado (y a la vez difuso) terreno, olvidando por completo otras cuestiones de vital importancia como son, por ejemplo, las económicas.

Cabe mencionar aquí que las identidades guardan ya en sí mismas una estrecha relación con el conflicto. Al contrario que las causas, que permiten épocas de paz, las identidades requieren una constante reafirmación para existir. Respecto a esto escribe lo siguiente el ya mencionado Umberto Eco:

"Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo."

Esta necesidad de crear enemigos que nos provean del conflicto requerido para definirnos se ve potenciada por el contexto ya mencionado. Forjada la identidad, ya no es tan importante la lucha contra el racismo como ser antirracista, el comunismo como ser comunista, el feminismo como ser feminista, España como ser español. Creada la identidad, resulta fácil encontrar culpables en cada esquina, incluyendo las propias filas, y caer a menudo en la sobreactuación.

El resultado final no puede ser otro que la división constante hasta topar prácticamente con la individualidad, lo que aleja la posibilidad de cualquier cambio social de gran calado. Respecto a esto merece la pena rescatar un texto escrito por el colectivo anarquista Projecte X:

"Las luchas basadas en la identidad, teniendo objetivos y principios muy valiosos, están tomando como estrategia la agresividad verbal hacia el Otro, en una especie de pugna antagónica hacia personas comprometidas que estarían dispuestas a transformar sus actitudes machistas, lgtbifóbicas o racistas. En cambio, son insultadas y apartadas de las luchas por una simple cuestión de procedencia identitaria naturalizante y esencialista."

Todo esto resulta además paradójico, pues no deja de sorprender que esa sociedad global en construcción, esa en la que nadie debe ser tratado de manera diferente por su color, su procedencia, su orientación sexual o sus creencias parezca en algunos momentos abrirse paso mediante nuevos prejuicios y formas de exclusión. En lugar de intentar hacer ver a Coltescu que su manera de expresarse no fue quizá la más acertada se optó por crucificarlo para reafirmar los propios valores. El fútbol, tantas veces presentado como lazo de unión entre culturas, dejó ver en el Parque de los Príncipes algunas de sus costuras.


 Autor: Prinsal



 

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